jueves, 24 de julio de 2014

La locura de la paz


Estamos asistiendo con estupor a las consecuencias nefastas de la locura humana manifestada en la guerra. Casi trescientos pasajeros asesinados en pleno vuelo por un misil de una contienda que hasta el momento no había preocupado en exceso al resto del mundo. Tanto era así que ni siquiera se había cerrado el espacio aéreo a vuelos comerciales.

En Tierra Santa, palestinos y judíos de nuevo enzarzados en un conflicto que, por muchos intentos de paz, tiene difícil solución, porque ambos luchan por una tierra de la cual se creen con derechos ancestrales de propiedad. A pesar de la llamada a la paz del Papa Francisco, aceptarla sería ceder definitivamente la propiedad al otro bando, por lo que es casi lógico que aquellos más radicales se hayan lanzado a la lucha, cuyo resultado vuelve a ser la muerte de cientos de personas.

Guerras hay muchas más --Irak, Siria, República Centroafricana, Sudan, etc...--. ¡Qué complicado es el ser humano! Podemos llegar a dar la vida por amor, o por desinterés humano, y podemos llegar a quitársela a otro por mera rivalidad, o por empecinamiento en no ser capaces de perdonar.

¿Podría ser fácil perdonar? ¿Podría acabarse con el odio entre las personas? Creo que sí. Pero hay que empezar desde dentro y desde abajo. Desde dentro, erradicando del interior de cada uno el dichoso orgullo de creerse mejor y por encima del otro y el rencor por las ofensas recibidas. Desde abajo, enseñando a las futuras generaciones a amar sin distinciones y sin condiciones, a perdonar siempre y a buscar la felicidad del otro antes que la propia.

Es de locos, pero ya sabemos dónde terminan los enfrentamientos y las guerras. En dolor y muerte. Hasta el momento, a excepción de algunas santas personas, aún no se ha probado el lograr un entendimiento mundial desde el perdón y el amor. Seguro que nos sorprenderíamos gratamente.



miércoles, 9 de julio de 2014

Me gusta conducir


¿Te gusta conducir? A mí me encanta. Disfruto tanto que no me importa hacer kilómetros y kilómetros. Si voy solo, suelo ir escuchando el ruido del vehículo. Si viajo acompañado, prefiero ir conversando. Y, sobre todo, disfruto en las carreteras con muchas curvas.

Ayer, domingo, 6 de julio, cercana la fiesta de San Cristobal, se celebró la “Jornada de responsabilidad en el tráfico”. La DGT, llegadas estas fechas, últimamente nos obsequia con espeluznantes anuncios de las terribles consecuencias de los accidentes de tráfico. También, como cada año, los obispos nos dirigen un mensaje, aunque en un tono menos dramático. Lo tenéis en la web de la Conferencia.

En esta ocasión, recordando el episodio evangélico de los discípulos de Emaús, nos recuerdan la importancia de hacer camino juntos, de encontrarnos y compartirlo. “Debemos respetar a los demás conductores y tratar a los demás como yo quiero que me respeten y traten”. Ninguno está libre de pecado y el que no haya cometido en alguna ocasión una imprudencia, “que tire la primera piedra”.

Seguro que este verano no nos libramos de asistir a alguna boda. Además de que bebemos moderarnos con el alcohol, en la Iglesia -casi todos los novios la eligen- es probable que escuchemos una lectura de San Pablo que bien nos sirve para que aprendamos a comportarnos en carretera: «El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuenta del mal. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta».


Un compañero sacerdote perdía hace ocho días a su hermano en la carretera. “Cada muerto en nuestras carreteras no es una cifra, es una persona con nombre y apellidos, padres, esposos, hijos, y deja en su entorno mucho dolor y un gran vacío”; que no sea nuestra imprudencia la causante de ese dolor.