lunes, 16 de febrero de 2015

Carnaval y Cuaresma

El carnaval, como todo lo espectacular y colorido, se ha convertido en un evento mediático, que copa las primeras páginas de los periódicos y abre informativos. Pero “ya no es lo que era”, se suele escuchar entre los mayores de nuestros pueblos.
En muchos lugares, los disfraces es ya sólo cosa de niños y jóvenes. Los niños para perder un día de clase, porque se suele adelantar al viernes, y los jóvenes para sacar el botellón a la calle. Se conserva con fuerza, eso sí, en aquellos lugares donde el carnaval ha subido de nivel, convirtiéndose en atracción turística.
El carnaval nace unido a la cuaresma. Como antesala de la misma, servía para darse los últimos caprichos antes de que comenzaran los rigores penitenciales. Y, como la cuaresma ya no es tampoco lo que era, no lo puede ser el carnaval.
La cuaresma, que comienza con el miércoles de ceniza, es para los cristianos “un tiempo de renovación”, según el Papa Francisco en su mensaje para este tiempo. Quizá sería bueno no dejar pasar de largo la oportunidad de recuperar su sentido.
Lo primero que al Papa le preocupa es el peligro de “la globalización de la indiferencia”. “Yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial”.
Francisco propone como solución preguntarse: “¿Dónde está tú hermano?” y tomar conciencia de que en el mundo somos una unidad y “si un miembro sufre, todos sufren con él”.
 “La cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro” y “ayudar con gestos de caridad”. Hay que “superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia”, “porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida”. No negarán que esto son, incluso, luces para superar la crisis.

Si los cristianos recuperásemos la cuaresma, el carnaval se llenaría de sentido.


lunes, 2 de febrero de 2015

Velocidad funcionario


Existe la velocidad de la luz, los límites de velocidad, la velocidad de paseo, y la del funcionario. Seguro que no hace falta que diga a qué me refiero. Pero, por favor, no se me ofenda nadie. Sólo pretendo expresar las, a veces, desesperantes experiencias que nos toca vivir en las salas de espera.
Llevas sentado ya un buen rato. Vas viendo cómo en otras secciones o departamentos llaman con asiduidad, y tu cola no avanza. De repente, el o la funcionaria se levanta, lleva papeles en las manos, sale y enfila el interminable pasillo hacia la fotocopiadora, que siempre está al final y, entonces, lo ves: ha puesto la velocidad funcionario. Es una marcha parsimoniosa así como solemne –cabeza alta, hombros hacia atrás, miradas frecuentes a izquierda y derecha- y en cámara lenta.
La desesperación es ya, entonces, total. Si por lo menos llevase un alegre trote cochinero, las esperanzas de no sentir que has perdido toda la mañana aún se mantendrían, pero, no. Y, en el colmo de las desdichas, cuando ya te va a tocar, ves que de nuevo se levanta, sin decir nada, esta vez va hacia la parte posterior de la estancia, hacia el perchero, coge la bufanda y el abrigo y, para qué decir algo, ya sabes que ha llegado la hora del café. Café que tú no te tomarás, porque, si no, pierdes la vez. Toca esperar otra media hora, más un cuarto de la bajada a velocidad funcionario, más otro de subida a la misma velocidad. Y ahora, cuando entres, que te diga que te falta un papel…
Porque ya no vivimos en la católica España, si no habría metido la mano en el bolsillo, habría sacado las cuentas y habríamos comenzado todos: “Santo Rosario; por la señal…”
Menos mal que hoy las autopistas de la información te permiten, con el móvil, mientras esperas, haber resuelto tres asuntos por teléfono, contestado cuatro correos y superado cinco niveles del Candy crush.


DISCULPAS: Pido perdón a todos los que se han sentido ofendidos al leer este artículo en el periódico. Pretendía ser irónico y quizá haya ido más lejos de lo debido o haya expuesto la situación sólo desde un punto de vista y, además, excesivamente simplón. Generalizar no es bueno.