lunes, 27 de abril de 2015

El 'gancho' de la Virgen


Continúa siendo un río de devotos el que, pasando por el arco de la Estrella, inunda su calle y llega a Santa María para visitar diariamente a la Virgen de la Montaña, patrona de Cáceres, orar ante la imagen, participar en la Eucaristía o confesarse.

La intención de la Cofradía, apoyada, al menos verbalmente, por las instituciones políticas, de conseguir que el novenario sea reconocido de interés turístico regional, no resulta extraño: es espectacular la bajada desde su santuario, su recepción en Fuente Concejo y el paso por las calles hasta llegar a la Plaza Mayor; espectacular es también el reguero de fieles que a diario visita la imagen; además, son muchos los grupos que se acercan de manera organizada: colegios, enfermos, jóvenes… momentos especiales, como la Eucaristía de la Jornada por la Seguridad en el Trabajo, el veintiocho a las diez de la noche, etc.

A nivel externo, para el turista, no deja de ser algo sorprendente, digno de ver y contar. Digamos que es un añadido más al ya de por sí gran atractivo que tiene la ciudad.

Pero no olvidemos que el novenario es un acto religioso, expresión de la fe de un pueblo. Es esto lo que debemos potenciar y llenar de pleno sentido, porque se corre el riesgo de despreciar el carácter propiamente cristiano y espiritual del acontecimiento. Ni la persecución, ni, por supuesto, convertirnos en monos de feria en pro de una potenciación lucrativa del turismo.


Con todo, y aunque la visita sea sólo por interés turístico, María tiene tal gancho y sabe tocar el corazón de tal manera, que no es de extrañar oír en el confesionario: “Hace muchísimos años que no me confieso, pero he venido a ver a la Virgen y he sentido como la necesidad, porque tengo desde hace mucho un pesar que…” y terminar confortado, así, de tal forma que no cabe más que salir agradecido a la Madre por su acción mediadora.

lunes, 13 de abril de 2015

Me da miedo


Se están llevando al cine, y triunfando, una serie de obras de literatura juvenil que presentan unas sociedades resultado de una catástrofe total, normalmente guerra, que pretenden de una u otra manera encontrar una estabilidad que evite un nuevo desastre: Divergente, Los juegos del hambre, El corredor del laberinto.

No en pocas ocasiones la ciencia ficción ha sido profética. Me da miedo que la escalada de violencia en el mundo y, sobre todo, la educación en la permisividad y falta de valores claros y estables en la que están creciendo los niños, nos pueda llevar sin remedio a algún tipo de situación parecida a la descrita en las novelas de ficción.

Es verdad que estoy siendo un poco catastrofista, pero aquellos que durante años han trabajado con niños; educadores, maestros, catequistas, en no pocas ocasiones manifiestan que cada vez más los niños arrastran problemas de falta de atención, respeto e incluso violencia. Agravándose esta situación en la adolescencia.

Entre otros problemas que afectan a los niños, el Papa Francisco, denunciaba algo parecido en la audiencia del miércoles pasado: “Demasiado a menudo en los niños recaen los efectos de la vida de un trabajo precario o malpagado, de horarios insostenibles, de transportes ineficientes… Pero los niños pagan también el precio de uniones inmaduras y de separaciones irresponsables, son las primeras víctimas. Sufren los resultados de la cultura de los derechos subjetivos exasperados, y se convierten después en hijos más precoces. A menudo absorben una violencia que no son capaces de “disponer”, y bajo los ojos de los grandes están obligados a acostumbrarse a la degradación.”


Cuando estos niños sean adultos y todo lo que han vivido aflore en sus relaciones diarias, ¿cómo será la sociedad, hacia dónde caminará? En la educación está que el futuro sea el que queremos.



martes, 7 de abril de 2015

Convertirse o morir

“¿Por qué no se va y se elimina a todos?”, me preguntaba un chico, refiriéndose al mal denominado estado islámico, ya que no creo que haya sido reconocido como tal por ningún organismo. Con esta pregunta estaba más o menos, sin saberlo, justificando algunas soluciones históricas, como las cruzadas. No en vano, seguramente, muchos habrán pensado lo mismo.
¿Realmente la solución pasa por las espadas? Estamos en la semana más importante para los cristianos. Vamos a celebrar el triunfo, no de las espadas, pues, “quien a hierro mata…”, sino del amor crucificado, de la entrega y el perdón. Aunque no seas de los que asisten a las celebraciones, lo vas a ver representado en la variada imaginería que inunda nuestras calles estos días.
¿Solución? No sé. Pero hay que buscarla. Mientras tanto no queda otra que, para los que creen que una fuerza superior puede intervenir de alguna forma, rezar. Esta Semana Santa se invita a hacerlo no sólo de manera individual, sino pública. Se invita a pedir, sobre todo, por los cristianos perseguidos. Es principalmente la comunidad cristiana de los países donde el yihadismo islámico más está atacando la que más está sufriendo: sus opciones son huir de sus hogares, convertirse o morir.
Los templos y las casas se pueden reconstruir, las vidas humanas no. Secuestros en masa, asesinatos de niños, violaciones, son el pan nuestro de cada día de miles de cristianos en Siria, Pakistán, Irak, Nigeria, India.

Los medios, ventana por la que solemos casi exclusivamente mirar la realidad, no siempre nos muestran esta otra realidad. Si eres de los que creen, no te quedes impasible y reza por las víctimas de esas “personas que dicen ser religiosas, pero que abusan de la religión para convertirla en una ideología que se doblegue a sus intereses de opresión y muerte”, como las ha definido el Papa Francisco.