Nunca un “gracias a Dios” ha
levantado tanto revuelo como el de Teresa Romero, la enfermera que se contagió
de ébola por atender de manera voluntaria al Padre Pajares, y que ha conseguido
vencer la enfermedad.
Los foros y redes sociales han
echado humo. Unos, felicísimos por la valentía de Teresa al manifestar un signo
de su fe en público y después de un acontecimiento realmente traumático, otros,
mofándose de su experiencia, negando cualquier posible transcendencia, más allá
de lo puramente material.
Desconozco la profundidad de la
fe de esta mujer, pero lo que sí es innegable es que, cuando la tasa de
mortalidad de una enfermedad como el ébola, para la que no hay cura conocida,
puede llegar al 90%, curarse es un milagro. Que Teresa, además, haya
manifestado que, a través de las manos de los médicos, es posible una
intervención divina, es lógico que a muchos les piten los oídos.
Mucha gente aún sigue creyendo en
la existencia de Dios, reza y estructura su vida conforme a sus creencias
religiosas. Esa fe, en nuestros pueblos, se ha recibido a través de una
parroquia. El 16 de noviembre se celebra el día de la Iglesia Diocesana, este
año haciendo hincapié en la participación parroquial como declaración de
principios. Pertenecer a una parroquia, ser creyente y vivir la fe, no debe
avergonzar a nadie. Al contrario, ayuda a afrontar mejor las situaciones de la
vida, tanto positivas como negativas.
Noviembre, y sobre todo el día
dos, día de los difuntos, aunque el resto del año no se participe, las misas en
los cementerios se llenan. Esto nos dice que sólo mirando a la transcendencia
podemos vivir con esperanza, que por muy materialistas que pensemos que somos,
hasta llegar incluso a enriquecernos corruptamente, al final, a la hora de la
verdad, ¿quién te salva? Ciertamente, los fondos acumulados en los paraísos
fiscales, no.