Mes
de mayo. Romerías, fiestas patronales y muchas comuniones. También algunas
confirmaciones. Sobre comuniones principalmente quisiera hablar hoy.
La
verdad es que da gusto ver a tantos niños y niñas con sus deslumbrantes y
nerviosas sonrisas en un día tan esperado para ellos. También con sus vestidos
y trajes de almirantes por un día. Creo que a casi nadie se nos ha olvidado ese
día y cómo lo vivimos.
Los
niños realmente lo viven con verdadera ilusión, para ellos es importante y,
además, son casi por primera vez realmente protagonistas de un acontecimiento
inolvidable. La pena es que los adultos nos empeñamos en desvirtuarlo por
completo.
Durante
tres años, en el grupo de catequesis, han ido experimentando que el don más
importante de ese día es recibir la Comunión. Han ensayado la ceremonia, han
practicado cómo evitar que la forma se les pegue al paladar e incluso seguro
que han preparado algún detalle sorpresa para sus madres.
Y,
llegados a este punto, entran los adultos. Para empezar, se empeñan en aguarles
la ceremonia. Voces, voces y más voces. Y el cura: “Silencio, ¡silencio!,
¡¡¡Silencio!!!”.
Paparazzis.
Cada asistente se considera un profesional avezado que con su nuevo Smartphone
es capaz de subirse incluso a la coronilla de san Pedro para conseguir la mejor
de las instantáneas. No falta quien retransmite en directo por facebook las
mejores jugadas en plena misa.
Después,
los cientos de regalos, que terminan confundiendo al niño. Y el banquete. Y el
DJ. Y el castillo hinchable. Como para acordarse del insípido trocito de pan
que el cura al dárselo dijo: “el cuerpo de Cristo”.
Si
se añade que los padres no lo acompañaron durante el proceso de catequesis,
seguramente pasará lo que a aquel cura que tenía murciélagos en la iglesia y
presumía ante otro diciendo: “pues, yo llamé al obispo, los confirmó y
desaparecieron”.
Publicado en El Periódico Extremadura el 12 de mayo de 2014
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