Estamos asistiendo con estupor a las consecuencias nefastas de la locura humana manifestada en la guerra. Casi trescientos pasajeros asesinados en pleno vuelo por un misil de una contienda que hasta el momento no había preocupado en exceso al resto del mundo. Tanto era así que ni siquiera se había cerrado el espacio aéreo a vuelos comerciales.
En Tierra Santa, palestinos y judíos de nuevo enzarzados en un conflicto que, por muchos intentos de paz, tiene difícil solución, porque ambos luchan por una tierra de la cual se creen con derechos ancestrales de propiedad. A pesar de la llamada a la paz del Papa Francisco, aceptarla sería ceder definitivamente la propiedad al otro bando, por lo que es casi lógico que aquellos más radicales se hayan lanzado a la lucha, cuyo resultado vuelve a ser la muerte de cientos de personas.
Guerras hay muchas más --Irak, Siria, República Centroafricana, Sudan, etc...--. ¡Qué complicado es el ser humano! Podemos llegar a dar la vida por amor, o por desinterés humano, y podemos llegar a quitársela a otro por mera rivalidad, o por empecinamiento en no ser capaces de perdonar.
¿Podría ser fácil perdonar? ¿Podría acabarse con el odio entre las personas? Creo que sí. Pero hay que empezar desde dentro y desde abajo. Desde dentro, erradicando del interior de cada uno el dichoso orgullo de creerse mejor y por encima del otro y el rencor por las ofensas recibidas. Desde abajo, enseñando a las futuras generaciones a amar sin distinciones y sin condiciones, a perdonar siempre y a buscar la felicidad del otro antes que la propia.
Es de locos, pero ya sabemos dónde terminan los enfrentamientos y las guerras. En dolor y muerte. Hasta el momento, a excepción de algunas santas personas, aún no se ha probado el lograr un entendimiento mundial desde el perdón y el amor. Seguro que nos sorprenderíamos gratamente.