El Seminario está sonando
últimamente en los medios de comunicación por las obras que se están
acometiendo. Serán dos años más de profunda remodelación para que el edificio
vuelva a abrir sus puertas.
Como institución, el Seminario
sigue abierto, los seminaristas siguen estudiando y, este curso, han duplicado
el número --trece en el Mayor y siete en el Menor--. El viernes 26 de septiembre
se inauguró el curso en la Concatedral.
No con poca frecuencia algún
seminarista ha manifestado la inquietud de haber recibido, por parte de
personas cercanas, la pregunta del por qué pudiendo hacer, por sus capacidades,
otra cosa, ha decidido entrar en el Seminario; como si lo de ser sacerdote
fuera sólo para los menos capacitados.
Quizá la sencillez y cercanía de
los curas, o su mal ejemplo de tozudez y aires de grandeza, que también se dan,
hayan hecho pensar que este camino es para los torpes o para los que no
encuentran otra salida.
“El Señor quiere a los mejores”,
ha dicho en muchas ocasiones D. Francisco Cerro, Obispo de Coria-Cáceres. Los
mejores no quiere decir que sean los que mejor expediente académico tengan,
pero, si lo tienen, mejor. No quiere decir que estén todo el día rezando, pero,
si lo hacen, mejor. No quiere decir que desde niños hayan puesto siempre la
otra mejilla, pero, si lo hicieron, mejor.
Mejores quiere decir que están
dispuestos a poner todos sus dones, intelectuales, personales y espirituales, a
disposición de la opción fundamental en sus vidas en el servicio como sacerdotes.
Dicen, que el trabajo más feliz del mundo.
Ejemplos de malos ejemplos de
sacerdotes ya hemos visto cómo provocan escándalo en la opinión pública y, lo
que es peor, entre los mismos fieles de la Iglesia. De aquí la difícil tarea
del Seminario de discernir bien para que cada pueblo tenga siempre al mejor de
los curas.