Continúa siendo un río de devotos el
que, pasando por el arco de la Estrella, inunda su calle y llega a Santa María
para visitar diariamente a la Virgen de la Montaña, patrona de Cáceres, orar
ante la imagen, participar en la Eucaristía o confesarse.
La intención de la Cofradía,
apoyada, al menos verbalmente, por las instituciones políticas, de conseguir
que el novenario sea reconocido de interés turístico regional, no resulta
extraño: es espectacular la bajada desde su santuario, su recepción en Fuente
Concejo y el paso por las calles hasta llegar a la Plaza Mayor; espectacular es
también el reguero de fieles que a diario visita la imagen; además, son muchos
los grupos que se acercan de manera organizada: colegios, enfermos, jóvenes…
momentos especiales, como la Eucaristía de la Jornada por la Seguridad en el Trabajo,
el veintiocho a las diez de la noche, etc.
A nivel externo, para el turista,
no deja de ser algo sorprendente, digno de ver y contar. Digamos que es un
añadido más al ya de por sí gran atractivo que tiene la ciudad.
Pero no olvidemos que el
novenario es un acto religioso, expresión de la fe de un pueblo. Es esto lo que
debemos potenciar y llenar de pleno sentido, porque se corre el riesgo de
despreciar el carácter propiamente cristiano y espiritual del acontecimiento.
Ni la persecución, ni, por supuesto, convertirnos en monos de feria en pro de
una potenciación lucrativa del turismo.
Con todo, y aunque la visita sea
sólo por interés turístico, María tiene tal gancho y sabe tocar el corazón de
tal manera, que no es de extrañar oír en el confesionario: “Hace muchísimos
años que no me confieso, pero he venido a ver a la Virgen y he sentido como la
necesidad, porque tengo desde hace mucho un pesar que…” y terminar confortado,
así, de tal forma que no cabe más que salir agradecido a la Madre por su acción
mediadora.