Hace unos días hemos tenido una
convivencia –día de reflexión– con chavales de tercero y cuarto de la ESO. En
una de las dinámicas, una profesora preguntó en su grupo: “¿Qué nos impide
mostrarnos a los demás como somos?” La respuesta más repetida fue: “miedo”;
“Miedo a fallar”, “al rechazo”, “al qué dirán”, “a no caer bien”. Alguno se
atrevía incluso a dar razones más concretas: “Hay ‘ídolos’ marcados que si no
sigues eso, te rechazan”.
Me resulta realmente curioso que,
en una sociedad donde presumimos de libertades, donde ha habido quienes lucían
eslóganes como aquel de “la libertad os hará verdaderos”, los jóvenes se
sientan atados, esclavizados por las modas, las tendencias y, en definitiva, el
mercado que las marca.
Ha empezado la Semana Santa. Este
tiempo marca, impulsados por la tendencia a convertir el evento en bien de
interés turístico, que nos coloquemos el capuchón, encendamos los cirios,
adornemos los pasos y “al aire con ellos”. Entre medias resonará el Viernes
Santo la pregunta de Pilato a Jesús: “Y, ¿qué es la verdad?” La verdad es que
la Verdad la tenía delante. Es esa misma que sacamos a la calle en las
procesiones; unas veces montado en burro, otras, cargando con la cruz, otras
amarrado, rezando entre olivos, cenando, crucificado o yacente en una urna.
La Verdad, para el cristiano y
quien lo quiera ver, lo digo con todo respeto, fue crucificada por ser libre,
por romper con las ataduras legales y estereotipadas de su época. Si quieres
ser libre, feliz y vivir sin miedos, puede que te crucifiquen, que te apunten
con el dedo o se rían de ti, pero sólo así serás realmente tú, sólo así
acabaríamos con los esclavizantes convencionalismos.
Si eres de los que esta Semana
Santa vas a ir delante de los pasos, debajo, detrás o simplemente aprovechas
para velos pasar, déjate liberar. De verdad, serás más feliz.
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