Cuando aterricé en Bélgica, y apenas me hice entender para
alquilar un coche, me volví a arrepentir por enésima vez de no haber
aprovechado bien las oportunidades que los estudios me han ido ofreciendo para
aprender idiomas.
Durante el trayecto hacia el pequeño pueblo costero holandés
donde nos alojaríamos, comentaba mi sobrina lo difícil que lo debieron tener
aquellos emigrantes españoles de los años sesenta, sin tener idea de inglés o
francés, sin navegador que los guiase, sin dinero.
Una de las primeras cosas que le dijeron a su marido, cuando
llegó para trabajar como soldador, era que, si quería continuar y hacerse un
hueco en la empresa, lo primero era aprender y manejarse bien con el inglés.
Es impresionante que, entres donde entres, todos te atienden
en inglés sin problema alguno. Nos reíamos imaginándonos a estas gentes llegar
a cualquiera de los pueblos de nuestra provincia e intentar hacerse entender, a
no ser que ya lleven aprendido algo de español, que para eso también nos llevan
la delantera.
Podría ser como aquel que después de pedir a unos paisanos
nuestros en inglés, francés y alemán por dónde se iba a “lisbon”, terminaron simplemente
encogiéndose de hombros. Ido el visitante, dijo el padre, “¿Ves que bueno es
saber idiomas?”. “Pues, para lo que le ha servido”, respondió el muchacho, sin haber
aprendido la lección.
No sé si será el modelo de educación, tantas veces cambiado
por cada uno de los gobiernos que han pasado, o que nos creemos el ombligo del
mundo, pero lo cierto es que nos falta mucho para ponernos al nivel.
La crisis nos está obligando a emigrar de nuevo. Ahora se
piden trabajadores especializados y capaces de comunicarse correctamente. No
sería malo no sólo exigir más formación en idiomas, sino preocuparnos porque los
hijos aprovechen bien su estudio desde pequeños.
Por cierto... ¡Feliz
día de la Hispanidad!
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