Condeno el terrorismo. Nadie debería sufrir por los actos de otro ser
humano.
Europa está ahora envuelta en el terror, causa de los últimos atentados
y amenazas terroristas. Es deleznable la actitud yihadista de aniquilar a todo
el que no coincida con sus creencias.
Hecha esta condena, hay que añadir que tampoco puede tener consistencia
alguna la idea de que la libertad de expresión no tiene límites. El derecho a
la libertad de expresión no es absoluto, tiene límites, el límite es, principalmente,
la dignidad de la persona. Por eso, las leyes, para proteger a la persona,
condenan las calumnias e injurias, la incitación a la violencia o al delito, la
discriminación o la apología del terrorismo.
Es verdad que no debe haber una censura previa, pero si alguien me
insulta o publica falsedades sobre mi persona, tengo derecho a denunciarlo. Y,
si tengo derecho y puedo demostrar que eran insultos y falsedades, quiere decir
que al tal alguien no le amparaba ningún derecho, tampoco el de expresión, para
expresarse así.
Existe también el derecho a la libertad religiosa. Nadie debe ser
discriminado por su credo. Pero, ¿hasta dónde puede llegar la libertad de
expresión, para no atentar contra el derecho religioso?
Recuerdo la enorme polémica que hubo en Cáceres con una exposición
fotográfica que literalmente insultaba las creencias cristianas, parafraseando
escenas evangélicas con desnudos o sustituyendo la hostia por un excremento
humano. Aquello me dolió y me sigue doliendo en el alma. Ciertamente, tal
barbarie no hubiese justificado la mayor barbarie aún de llegar a algún tipo de
violencia física. La pena es que ni entonces, ni ahora, tenía recursos
económicos para interponer una demanda judicial.
El que una expresión de tal tipo, por el motivo que sea, quede impune,
no quiere decir que no sea reprobable. Respeto, por favor.
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