domingo, 3 de enero de 2010

El desatino de no saber lo que se quiere


El axioma relativista “yo hago lo que me da la gana”, siguiendo a Robert Spaemann en su libro “Ética, Cuestiones fundamentales”, implica el tener claro qué es lo que realmente me da la gana, o sea, qué quiero realmente, en el fondo. Pero resulta que este matiz se olvida y se interpreta sólo como un capricho temporal y en la mayoría de las ocasiones irreflexivo.

Esto es lo que parece estar pasando en nuestra sociedad encabezada por un gobierno que no tiene claro qué es lo que quiere. Así el 17 de diciembre votaba en el congreso de los diputados la nueva ley del aborto libre, de la que se felicitaban muy mucho las ministras promotoras del mismo, aun a pesar de que se estaban quitando a sí mismas la patria potestad sobre sus hijas que abortarán sin su consentimiento, bueno, qué digo, si ya se lo han dado de antemano.

Lo curioso es que los diputados votaban como autómatas a las órdenes de sus partidos, algunos aún en contra del ideario del propio grupo, inducidos a acallar sus conciencias, porque la cuestión sobre la que se decidía era de obligada obediencia, no fuese que alguno tuviese remordimientos y fuese a pensar que un niño es más importante que un toro, ya que sorprendentemente los socialistas catalanes sí habían dado libertad de voto para decidir sobre la fiesta taurina en Cataluña.

Mientras se aprobaba dicha ley salía a la venta en las farmacias otra píldora abortiva, la del quinto día después, por si la del siguiente día no era suficiente.

Menos mal que las familias cristianas españolas sí saben lo que quieren. Así lo demostraron el 27 en Madrid, desafiando fríos y temporales, en una Eucaristía festiva y a la vez reivindicativa de la verdadera familia, la formada por un padre y una madre unidos en matrimonio, comprometidos, como células básicas de cada sociedad, en la cimentación y crecimiento de la misma y en la acogida de cada nueva vida, deseada o no, pero siempre bien recibida y amada. 

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