“Un burro, cuando prueba la sangre, se vuelve loco y ya no obedece”, decía mi amigo Celso mientras me contaba la historia que le había llevado al hospital, donde le hicieron un injerto en la zona del talón de Aquiles.
Celso es un hombre que tiene experiencia con los animales y en las labores del campo, vive con su familia en un pueblo del norte de Cáceres, España, pero lo que le acababa de suceder era algo increíble. El burro que había heredado de su padre había cogido últimamente la costumbre de morder a la gente, hasta ahí algo normal en ciertas caballerías, pero aquel día, en el olivar, el burro le pilló a traición, mientras caminaba delante de él, el animal lo enganchó por el talón, lo tiró al suelo y, antes de que pudiese reaccionar, la bestia se recostó sobre él, con la mala suerte de que incluso los brazos le quedaron aprisionados. Sin poderse mover, comenzó a pedir ayuda a gritos, pero cuanto más gritaba, más mordisqueaba el asno su pierna.
Hasta que comprendió que sólo si permanecía en silencio el acémila se sosegaría. Y así fue. Permaneció callado, con gran dificultad, aguantando el inmenso dolor y ya, cuando el burro creyó que su presa había fenecido, se alzó liberando a mi amigo. Celso reaccionó rápidamente y se subió a un olivo. Mientras pedía auxilio a gritos, el animal, enrabietado y aún cegado por el olor de la sangre, no se movió de debajo de él. Por fin, gracias al cielo, llegó la ayuda y fue liberado.
El rabino Ricardo Pacifici, presidente de la comunidad hebrea de Roma, recordaba ante el Papa, en la visita que éste ha realizado a la sinagoga de dicha ciudad, que “el silencio de Pío XII ante la Shoah duele todavía como una actuación que no se hizo”. Sin embargo, el mismo Pacifici recordaba en primera persona que, gracias a la intervención directa de tantos fieles cristianos, religiosos y el mismo Vaticano, fue como muchos judíos salvaron la vida.
Queda claro que la Iglesia en aquel momento habló, y lo hizo con claridad, a través de los gestos, acogiendo en sus casas a los hebreos, camuflándolos y escondiéndolos a los ojos del ejercito nazista. Habló de amor, de vida, y de dignidad humana por encima de raza, cultura y religión.
Yo me pregunto, ¿qué hubiese pasado si Pío XII hubiese abiertamente levantado la voz contra el Nazismo? Seguramente que, como el burro que no dejó de morder a mi amigo Celso hasta que este hizo el esfuerzo de callarse, Hitler, loco y ávido de sangre, habría hecho aún más daño.
Perfecto el símil y perfecto el análisis. Un saludo:Paco
ResponderEliminar